sábado, 22 de diciembre de 2007

Aprendo a mirar II

También están la lluvia y el frío y las paradas para comer (Madrid es muy sano, demasiado sano: no permiten fumar en casi ningún sitio) y el aire que se cuela en las rendijas y los carteles grandes, las firmas de ropa con ropa prohibitiva, el metro caluroso y esta forma de aprender a viajar sola sin estar sola del todo, porque llama Arwen, porque llama Sonia, porque son las cuatro y media de la tarde y a las nueve he quedado con Begoña. Pero sola veo Ocultos y sola veo las esculturas poderosas de Camille Claudel y sola leo sus cartas y como en Vitamina un buffet libre de ensaladas y en el mercado de Fuencarral me hago socia de Greenpeace y vuelvo a sacar mi libreta de Shakespeare para hablar de estas vacaciones en Madrid cerca de la Navidad.

Vuelvo a aprender a mirar. En el metro hay un señor que se parece a Tomás Segovia. Me encuentro en Trafis con un tipo al que conozco de alguna manifestación por una vivienda digna, Kois explicándome qué camino había que tomar si la policía cargaba, y conozco a Íñigo, que trabaja en todo, desde buzo para obras bajo el agua hasta porteador y que construye altillos -lo que me costó robar esas maderas- y hablo un poco con quien me encuentro y descubro que, en esta ciudad impersonal, la gente sonríe si tú sonríes primero.


Imagen de la página Escribir es vivir.

2 comentaron:

Anónimo dijo...

Has desvelado mi secreto, la gente sonríe si tú sonríes primero, en Madrid y donde sea...
Cómo me gusta leer tu viaje, tengo que redescubrir también yo la soledad para disfrutarla tanto.

Anónimo dijo...

Son dos trucos: mirar a los ojos y sonreír. :)